Camilo José Cela
<<El viajero está echado, boca arriba, sobre una chaise-longue forrada de cretona. Mira, distraídamente, para el techo y deja volar libre la imaginación, que salta, como una torpe mariposa moribunda, rozando, en leves golpes, las paredes, los muebles, la lámpara encendida.>>
La obra
Hay en la obra de Camilo José Cela un apartado, los libros de viajes, en los que el autor, la mochila al hombro y el campo de España por delante, abriéndose en caleidoscópico sucederse, nos da sus particulares visiones del paisaje y del paisanaje. Varios son, hasta ahora, los volúmenes dedicados a tal menester: Viaje a la Alcarria, Del Miño al Bidasoa, Judíos, moros y cristianos y Primer viaje andaluz. Libros que, naturalmente, no son novelas. (Camilo José Cela gusta, y con razón, de considerarse novelista ante todo.) Pero, en cambio, son páginas de un enorme interés, insustituibles para conocer la andadura mental del escritor. Son páginas donde el escritor se exhibe con loable impudor; donde habla de su propia experiencia y de sus propias debilidades, sus exclusivas preferencias y sus arrolladoras simpatías. Donde le vemos con más claridad, con más nítidos perfiles. Creo que, en este sentido, los libros de viajes de Camilo José Cela, especialmente Viaje a la Alcarria y Judíos, moros y cristianos, son excelentes piedras de toque para percibir la situación intelectual de un escritor, español e inteligente, en los mediados de nuestro siglo. Porque en un libro de viajes (nos dice el propio Camilo José Cela) la mixtificación no cabe, «porque el campo y el mar, los animales y la gente, se desnudan ante quien llega a ellos, enseñando en los ojos la clara patente de la buena intención, el diáfano pasaporte de la más rebosante y decidida buena fe»
El primer libro de viajes es el Viaje a la Alcarria. La Alcarria, en tierras de Guadalajara, un arrabal de Castilla lanzado hacia Aragón, es un «hermoso país al que la gente no le da la gana ir». País que habla «un castellano magnífico y con buen acento», y en el que no se ve «nada extraño, ni ninguna barbaridad gorda -un crimen, o un parto triple, o un endemoniado, o algo por el estilo». Un país donde el viajero va a ver, inocentemente, pueblos humildes, algunos con mucha historia a la espalda y aún más dejadez y abandono en el espíritu, pueblos donde va a manar la ternura callada de unos niños jugando al sol en las plazuelas con soportales, y el pasajero, aunque profundo, rubor de las ruinas insignes. A lo largo del libro solamente vamos a encontrarnos y a hablar con pueblo, con gentes humildes, modestas (pastorcillos, labriegos, posaderos, arrieros, buhoneros, vagabundos, la variopinta agrupación pasajera de un vagón de tercera clase en un tren comarcal…). Nos tropezaremos con los lugarejos destartalados y decrépitos, de pomposo nombre resonante en el naufragio colectivo de una historia olvidada: Torija, Brihuega, Tendilla, Pastrana, Zorita de los Canes… Vamos a detenernos ante el paisaje no por mera preocupación descriptiva -que en vano buscaremos-, sino por una mirada intelectiva, asociadora, percibidora del matiz, del sonido, de la luz vacilante y fiel de la hora. Acompañaremos a esa gente de los pueblos en sus transitorias y milenarias preocupaciones, a sus éxitos cobardes y a sus desventuras, llevadas con estoica resignación. Charlaremos con el erudito del pueblo acogido a la humedad de una tienda donde se vende de todo en pintoresco revoltijo, medio chiflado y grotescamente pedantesco; sufriremos con el inválido que toma el sol en su carromato de ruedas, en el portal de una casa de hondo zaguán fresco, mientras las moscas zumban, insistentes, a su alrededor. Nos detendremos ante el escaparate del comercio principal, con su múltiple desorden, con sus esculturillas de escayola y sus cromos de la Santa Cena y del Ángel de la Guarda; oiremos, con un escalofrío, la voz de la resignación humana de las gentes, transidas de lo falaz y caduco de la existencia, siempre una suave burla orillando su gesto fatigado. Oiremos las leyendas locales, el fluir de los ríos altos de la meseta, el ir y venir de los gitanos, las canciones de los campesinos que vuelven, el sol puesto, al refugio del pueblo, la azada sobre el hombro. Veremos, una vez más, la desidia y la ignorancia adueñándose de edificios portentosos, estropeando libros inimitables, y sentiremos el peso de un pasado lleno de gloria y polvoriento, sin que tengamos la savia suficiente para hacerlo florecer de nuevo. Pueblo, pueblo de España, mesiánico, que juega a los naipes, que ora y se divierte… ¿No nos asalta a rachas, con gran energía, el recuerdo de Miguel de Unamuno o de Azorín? ¿No pensamos en otras Andanzas y visiones, en otro Por tierras de España, en un Pensando en España, siempre tan actual, tan perentorio?
Alonso Zamora Vicente. “Camilo José Cela (Acercamiento a un escritor)”. Ed. Gredos 1962
Diseño de portada: Guillermo P. Guillot
Viaje a la Alcarria
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